jueves, 1 de marzo de 2012

La modernidad como farsa, punto y fragmentación

Existe una aparente contradicción en la reivindicación literaria –ya no
solo filosófica– de lo local como lugar legítimo de lo universal. Esta
coexiste con el papel reconocido de la literatura, y en particular de la
novela moderna, como canal para entender al otro. Si lo local sin
limites fuese suficiente, no habría necesidad de redescubrir lo
universal desde la perspectiva del otro, luego la novela carecería de
valor en este sentido.
Una salida a esta aparente contradicción está en delinear la noción de
lo local como un límite sobre el cuerpo de la cultura antes que del
individuo. Sin embargo esta propuesta es problemática ya que el
énfasis en el cuerpo de la cultura es tan dinámico –en perpetua
génesis de autonomías y complementariedades– como el individuo
mismo. Una alternativa que considero viable es reinterpretar el
"entendimiento del otro" que ofrece la literatura por un "reencuentro
con el otro a partir de un lenguaje deconstruido –atravesado,
intersectado, cercenado– por la multitud de perspectivas". No es difícil
reconocer que el movimiento de alteridad es antítesis de lo universal –
en lo universal no existe la otredad–. Es la forma en que multiplicamos
la alteridad lo que logra el milagro. En otras palabras, la literatura
preserva en su expresión diacrónica la experiencia alterna y
redescubre lo universal en su expresión sincrónica –en las ruinas de
un lenguaje otrora palacio de un yo tan rígido como nuestra
autobiografía–. No se puede hacer suficiente énfasis en que no nos
encontramos con el otro al pensar como él. Allí no hay encuentro pues
hemos dejado nuestro yo en el camino. El único encuentro posible
sería desde la regresión del ser –cuya jaqueca es el sentimiento de
incertidumbre– que ofrece un ejercicio mutuo de deconstrucción a
través de la alternancia iterada.
 Junto a los dos tipos de modernidad a los que se opone la anterior
propuesta podemos resumir su catálogo de acepciones: (1) como
depuración soterrada de perspectivas; la modernidad como farsa. (2)
Aquella que parte de las expresiones mínimas del lenguaje; la
modernidad como punto. Puede confundirse con la primera si se
limita en la práctica su potencial recombinatorio. Y (3) como
multiplicación e intersección de perspectivas; la modernidad como
fragmentación.

 Posdata: cuando me dirijo al aspecto ortodoxo de la modernidad refiriéndome a el únicamente como farsa no le hago completa justicia pues solo muestro la lectura posmoderna. Tras la formación de un canon no solo se esconden estrategias de control político, también facilita, casi que precede, el desarrollo del lenguaje en toda su extensión –no solo la de control–. Cuán fértil es la relación entre canon y lenguaje depende de forma no trivial con las particularidades del proceso político-epistemológico
sobre el cual se trabaja.

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