viernes, 30 de marzo de 2012

¿Y por qué del ser solo quedó el estar?

Pink Floyd's video (you know which).

Es un problema connatural a la modernidad. Esta se caracteriza por separar el objetivo de sus medios. Lo que contrasta con la sociedad tradicional, donde no existe dicha dicotomía. En este sentido la idea del ser es incompatible con la modernidad. La primera modernidad tiene problemas para conciliar diferentes dominios de la realidad. Pretendió extender su fenomenología a dominios claramente fuera de su alcance. Quizás fue por motivos reaccionarios, como en la modernidad temprana, donde la batalla era de frente contra la tradición; o por arrogancia, embriagada por sus triunfos tecnológicos. Un ejemplo de ese absurdo, fue la crisis de la compasión en los esquemas morales. Al extraer el hacer del ser, se dio rienda suelta para juzgar el mal hacer como una falla de la voluntad y no del ser –lo que invitaría a la compasión–. A pesar de que nociones como objetivo y medios, voluntad y mérito han existido en épocas anteriores; dado el lugar privilegiado que ocupan en la modernidad, se podría jugar con la idea de que nacieron con ella. Es también ilustrativo, llevar el razonamiento moderno ha extremos absurdos para así conocer mejor el impacto que tuvo su desbordamiento. Pensemos en un animal como el sapo (en alusión a la parabola de Jody en The crying Game). Quizás la modernidad diría que el sapo es sapo en la medida que tiene éxito su objetivo de ser uno. El ser como triunfo de la voluntad! Pero esta noción del ser, si bien descubre nuevas posibilidades (en particular descubre una nueva dimensión de la libertad), también es limitada como lo evidencia su contraste con la tradición. Bien podríamos decir que según la tradición el sapo es sapo porque "es", o porque se deja ser, deja fluir su sustancia, deja fluir su deseo, su instinto [1]. A pesar de la diversidad interna que aportan los diferentes énfasis, la oposición modernidad-tradición no deja de ser un esquema útil.

Importante también es recalcar que la modernidad se reproduce a través de instituciones, factorías cuyo fin es el desollar al individuo tradicional. A la salida de la línea de ensamblaje salen corazones ciegos. La mayoría de esos corazones sin ojos, no sobreviven; terminan como embutidos de carne. Los corazones ciegos que sobreviven se convierten en el alma de las empresas modernas, la gerencia, la burguesia. El prototipo de estas fábricas es la escuela la cual arrebata el espacio y tiempo físico en el que otrora transcurría la tradición. Es allí, en la escuela, donde nos enseñan a estar en vez de ser. Y sin embargo, haría mal en presentar esta historia como una tragedia pues nuestra actual condición tiene origen en las revoluciones emancipadoras –el nacimiento de las repúblicas, la industrialización, la revolución sexual, etc.–. Mi punto es que el ritual de la escuela, como el evangelio y la eucaristía en la tradición cristiana, juega un papel fundamental en el ethos de la modernidad. De allí la importancia de su deconstrucción.

P.D. Ahora recuerdo que Slavoj Zizek en uno de sus libros realiza una crítica sobre la incapacidad del hombre moderno (?) de asumir una ética "existencial"; en su lugar, actuamos bajo la hipótesis de un ser impersonal ("si yo fuera romántico, diría que te amo"). Quizás este conflicto esté relacionado con la escición del ser aquí expuesta.

[1] En la critica posmoderna a la primera modernidad se recupera esta idea, pero se incluye la noción de voluntad como resistencia a las amenazas de alienación: querrán domesticar al lobo y es ante esta amenaza que el lobo decide atacar a la modernidad con modernidad. Logra reconocer que existe una amenaza sobre su identidad y nace su voluntad de defenderla. Al hacerlo reconoce implícitamente que su identidad no es inmanente; el lobo se desolla antes que llegue el cazador. Es la guerra armamentista de la identidad, una deconstrucción progresiva. 

sábado, 17 de marzo de 2012

Reciclando a Marx y Marx al rescate del reciclaje



En la sociedad de consumo, existe una dicotomía entre el productor y el consumidor. Y si bien el consumidor es a su vez productor de otros artículos, en lo que atañe a un artículo en particular, siempre hay un sujeto activo (el productor) y un sujeto pasivo (el consumidor). La noción de materia prima como objeto pre-procesado ha permanecido restringida al circuito industrial. Una vez llega el "producto" al destinatario "último", no se espera una contribución de este al objeto consumido. Es aquí donde la noción ambientalista del reciclaje toma un significado más amplio. No solo se trata de un movimiento ecológico, también involucra a la dignidad del consumidor. Este reclama su derecho a participar en la (pos)producción de lo que consume. Los otrora consumidores pasivos ahora desean consumir producción. Ya Marx lo había señalado: el consumo pasivo aliena la identidad –y la dicha– que se deriva de la producción. Pero su puesta en práctica había estado limitada no solo por razones políticas pero técnicas. La digitalización del mercado de consumo ha permitido desempolvar esta vieja ilusión. Los pollos de la granja han descubierto que el maíz no es un objeto de "consumo", sino materia prima. Han descubierto lo que muchos han querido ocultar, consumir es procesar. Y están dispuestos a reclamar el valor que su producción (de consumo) pueda tener en el mercado. Persiguen el derecho a capitalizar su consumo. Precedentes pueden encontrarse en la consumación de la relación producción-producto presente en las vanguardias estéticas del siglo XX. Expresión que a su vez tiene precedente en la ausente dicotomía entre el fin y los medios en las sociedades altamente tradicionales.

jueves, 1 de marzo de 2012

La modernidad como farsa, punto y fragmentación

Existe una aparente contradicción en la reivindicación literaria –ya no
solo filosófica– de lo local como lugar legítimo de lo universal. Esta
coexiste con el papel reconocido de la literatura, y en particular de la
novela moderna, como canal para entender al otro. Si lo local sin
limites fuese suficiente, no habría necesidad de redescubrir lo
universal desde la perspectiva del otro, luego la novela carecería de
valor en este sentido.
Una salida a esta aparente contradicción está en delinear la noción de
lo local como un límite sobre el cuerpo de la cultura antes que del
individuo. Sin embargo esta propuesta es problemática ya que el
énfasis en el cuerpo de la cultura es tan dinámico –en perpetua
génesis de autonomías y complementariedades– como el individuo
mismo. Una alternativa que considero viable es reinterpretar el
"entendimiento del otro" que ofrece la literatura por un "reencuentro
con el otro a partir de un lenguaje deconstruido –atravesado,
intersectado, cercenado– por la multitud de perspectivas". No es difícil
reconocer que el movimiento de alteridad es antítesis de lo universal –
en lo universal no existe la otredad–. Es la forma en que multiplicamos
la alteridad lo que logra el milagro. En otras palabras, la literatura
preserva en su expresión diacrónica la experiencia alterna y
redescubre lo universal en su expresión sincrónica –en las ruinas de
un lenguaje otrora palacio de un yo tan rígido como nuestra
autobiografía–. No se puede hacer suficiente énfasis en que no nos
encontramos con el otro al pensar como él. Allí no hay encuentro pues
hemos dejado nuestro yo en el camino. El único encuentro posible
sería desde la regresión del ser –cuya jaqueca es el sentimiento de
incertidumbre– que ofrece un ejercicio mutuo de deconstrucción a
través de la alternancia iterada.
 Junto a los dos tipos de modernidad a los que se opone la anterior
propuesta podemos resumir su catálogo de acepciones: (1) como
depuración soterrada de perspectivas; la modernidad como farsa. (2)
Aquella que parte de las expresiones mínimas del lenguaje; la
modernidad como punto. Puede confundirse con la primera si se
limita en la práctica su potencial recombinatorio. Y (3) como
multiplicación e intersección de perspectivas; la modernidad como
fragmentación.

 Posdata: cuando me dirijo al aspecto ortodoxo de la modernidad refiriéndome a el únicamente como farsa no le hago completa justicia pues solo muestro la lectura posmoderna. Tras la formación de un canon no solo se esconden estrategias de control político, también facilita, casi que precede, el desarrollo del lenguaje en toda su extensión –no solo la de control–. Cuán fértil es la relación entre canon y lenguaje depende de forma no trivial con las particularidades del proceso político-epistemológico
sobre el cual se trabaja.