viernes, 16 de diciembre de 2011

Por una democracia líquida y turbulenta


Tras el surgimiento de las repúblicas se instalaron dos concepciones de sociedad: la sociedad liberal y la sociedad del derecho. La primera concibe el poder como una mercancía donde el estado posee funciones similares a un banco central [1]. Desde las instituciones del estado y de acuerdo a la filosofía liberal específica que se haya acogido se imparten decretos de estabilización y estímulo político [2]. A este programa se le adjudica la paradójica condición de alienación tras las conquistas políticas del individuo republicano. Y es que el liberalismo no dio poder al individuo, dio su posibilidad. De allí la creciente ansiedad y malestar pues esa posibilidad se fue convirtiendo en una promesa incumplida. El pueblo se dio cuenta de que la palabra "posibilidad" fue una treta aristocrática donde debió posarse la palabra "promesa". 

En gran medida las posteriores revoluciones occidentales y en particular la de mayo del '68 han sido apropiadas por el programa liberal: allí donde se grita más poder para el individuo, el status quo liberal responde con diligencia gestionando más posibilidad de poder para el individuo. Y es que esta "posibilidad" no es políticamente neutra, constituye una forma de poder altamente atractiva para las elites de poder pues es lo suficientemente líquido como para ser extraído del individuo y lo que es más importante, biopolíticamente legitimado. Sin embargo es preciso señalar que liberalismo y oligarquía son dos cosas diferentes y sus alianzas son tan estables como la historia lo permita. Más allá pues de las apropiaciones oligarcas, el fin de la logocracia liberal es la liquidez del poder. Frente a una sociedad monárquica donde el poder está densamente localizado, la liquidez en principio se presenta como una estrategia para la distribución del poder, lo cual explica su temprana alianza con la sociedad del derecho. La sociedad del derecho comparte con el liberalismo su desprecio por el poder con el poder centralizado. Contrastan sin embargo en que este último no concibe el poder como una mercancia sino como un derecho sólido y por ende intransferible, inalienable. La democracia es un ejemplo donde una promesa de la sociedad del derecho ha sido apropiada por la sociedad liberal. Para los primeros la democracia ha de fundarse en un poder sólido, intransferible. Para los segundos la democracia ha de fundarse en un poder líquido, transferible. Si bien existe un argumento logístico a favor de la democracia liberal [3], el interés original del liberalismo por la democracia representativa trasciende la logística y está más cerca su concepción de liderazgo y mérito. No es que la noción de representación no se encuentre en la sociedad del derecho pero su concepción es estática, básicamente se ocupa de la transferencia del poder entre el estado y el individuo, no se ocupa de las alianzas y antagonismos entre individuos. En cierta forma podríamos decir que el lenguaje es al discurso lo que la sociedad liberal a la del derecho. Vale la pena clausurar la presente anotación señalando que la sociedad del derecho tiene la misión de reinventarse desde el liberalismo [4] de la misma forma que la aristocracia logró hacerlo hace ya un siglo.

[1] Al igual que en economía política, existen tendencias liberales más intervencionistas que otras.

[2] La noción de redistribución política al igual que en la noción económica liberal no es un fin sino una estrategia de estabilización y estímulo.

[3] Argumento cuya validez depende del momento tecnológico de la sociedad.

[4] De la misma forma que un flujo posee puntos fijos, el poder "sólido" puede ser generado por el poder líquido.